martes, 6 de noviembre de 2007

Las Buenas Personas


¿Conocen ustedes a alguien que no se proclame mala persona?Yo, no.
Resulta curioso porque así como todo el mundo tiene pudor de definirse como inteligente, o bello, o talentoso, o rico si me apuran, nadie duda de declarar su bondad. Ahora todos nos creemos caritativos, solidarios, espléndidos, pluscuamperfectos y tan superguays que resulta increíble que el mundo vaya como va.

Uno de los primeros fallos de esta actitud mirífica es que no comprendemos en absoluto las debilidades del prójimo, con la consiguiente desilusión por la raza humana. Como nosotros somos tal dechado de virtudes, hasta la más pequeña de las traiciones o mentira o fallo de cualquier índole por parte del otro es una enorme y desoladora sorpresa: ¿Cómo me pudo hacer fulano esto, a mí, que soy tan bueno? Yo nunca se lo hubiera hecho a él, etcétera.

Ser mirífico estaría bien si eso le hiciera a uno más feliz, pero resulta que ocurre todo lo contrario. Creerse mejor que los demás lo único que consigue es que uno acabe dividiendo el mundo en dos: yo, el magnífico, y el resto de la humanidad, con la consiguiente soledad que esto supone.

Una cosa que aprendí en momentos duros, cuando, por circustancias de mi vida que tal vez algunos de ustedes recuerden, muchas personas me dieron la espalda, fue no medir a nadie por mi propio rasero. Y les aseguro que no lo hice porque yo sea muy buena persona (que no lo soy) sino por puro pragmatismo, egoísmo incluso, pues no comprender a los demás es quedarse solo.

El otro día me alegro saber que circula por internet una contestación mía dada a la pregunta de "¿Perdió usted muchos amigos a raíz de los momentos difíciles que vivió junto a su marido?" Yo contesté (y se me había olvidado, pero sigo de acuerdo con lo dicho entonces) que, a raíz de los acontecimientos, había hecho un descubrimineto interesante que me había ayudado a ser fuerte. Descubrí que si uno sabe qué se puede esperar de cada persona, y no se equivoca esperando algo que el otro no puede dar, nadie nos falla.

Lo que quiero decir es que existen amigos, por ejemplo, a los que uno puede llamar a las cuatro de la mañana para que nos enjuguen las lágrimas, pero que, en cambio, jamás nos prestarían ni cinco euros. Otros en cambio son al revés, generosos en lo material, pero avaros con su tiempo.
Hay amigos que se acercan cuando estas arriba, y otros que te rehúyen precisamente cuando estás en el Olimpo y reaparecen cuando bajas a los infiernos. Hay personas de todo tipo, y sólo hay que saber qué dan y qué no pueden dar de ninguna manera. He aquí el secreto porque -y aquí viene otra vez el tema de la autocomplacencia- ni siquiera nosotros, los miríficos, por mucho que nos creamos superguays, somos incondicionales. Incondicional no hay nadie. Y si lo hay, más vale no creérselo demasiado, porque así, cuando topemos con uno de esos raros -muy, pero que muy raros- seres que son, como diría Machado, "en el buen sentido de la palabra, buenos", podremos congratularnos de que el mundo, aunque sea imperfecto, nos depare a veces maravillosas sorpresas. Y mejor es que las sorpresas sean agradables y no horribles ¿O no?

Carmen Posadas.

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